Editorial - Editorial opinions


Noviembre 12 de 2020

¿Qué es el Seminario?

A pocos días de haber festejado el día de la Patrona del Seminario Mayor  Diocesano, Diócesis de la Nueva Granada, Nuestra Señora de Walsingham, deseo escribir estas reflexiones sobre lo que debe ser un seminario. Este texto está dirigido a Clérigos en Formación, a Diáconos, a Sacerdotes y al Sr. Obispo de nuestra Santa Iglesia Católica Anglicana ACC P.O.

El Seminario debe consagrarse como la institución de mayor repercusión en el presente y futuro de nuestra Iglesia Diocesana, pues en el Seminario se “van formando” los pastores que, en nombre de Cristo Sumo sacerdote y Pastor de la Iglesia, han de guiar al pueblo de Dios.

El Concilio Vaticano II afirmó que “la renovación de la Iglesia depende del ministerio sacerdotal y la calidad del ministerio sacerdotal depende de la formación recibida en los centros de formación en donde se configuran personalidades maduras y fuertes bajo los perfiles humano y evangélico.”

Anunciar a Cristo es la misión de todo bautizado, con más razón lo es el sacerdote, lo afirma la Conferencia de Aparecida, así : «El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos, que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros, movidos por la caridad pastoral, que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiado y a buscar a los más alejados, predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo; de presbíteros-servidores de la vida, que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación».

 Ninguna otra realidad diocesana tiene un mayor efecto multiplicador como es el seminario, su semillero. Por esta razón San Carlos Borromeo le llama “El corazón de la Diócesis“, es decir, el órgano vital del cual depende el buen funcionamiento del cuerpo eclesial.

La pastoral vocacional descansa, en gran parte, en los sacerdotes, pues ellos son los principales corresponsables con el obispo en la búsqueda y promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Su testimonio auténtico y entrega generosa, son el principal medio para atraer vocaciones.  Según datos oficiales recientes, en América Latina el 60% de los clérigos reconocen que fue un sacerdote quien influyó positivamente en su vocación.

De la calidad del testimonio sacerdotal depende, en gran parte, el futuro de las vocaciones. Ciertamente, no contamos con suficientes sacerdotes para las necesidades de nuestra Diócesis. Y las Comunidades quieren tener un sacerdote en cada Misión o parroquia y, además, que sea un buen sacerdote, que esté atento a las necesidades espirituales y sociales y cercano a las personas, que no falte la Santa Misa y la Confesión, ni la catequesis para los niños, jóvenes y adultos, ni la visita a los enfermos y la atención a los pobres, ni la formación de grupos de laicos, ni la atención a los movimientos apostólicos…

Pero encontramos que hoy ha descendido el número de seminaristas. Esto se debe a que muchos han abandonado el camino hacia el sacerdocio y no se ha visto suficientemente compensado con nuevas incorporaciones. Muchas son las causas de este fenómeno.

Actualmente hay menos jóvenes que sientan y vivan la fe cristiana, lo que hace muy difícil sentir una llamada al sacerdocio y a la vida religiosa. La crisis vocacional tiene mucho que ver también con el tipo de sociedad en que vivimos, marcadamente materialista, hedonista e individualista, incluso las profesiones tradicionalmente “vocacionales”, cargadas de humanismo y espíritu de servicio, como la medicina, la enfermería, la Docencia, la Música, las ciencias sociales, las artes, etc. Tanto en hombres como en mujeres, hoy tienden a convertirse en algo meramente funcional y se eligen porque son más rentables o tienen más salida laboral, relegándose a un plano secundario su valoración altruista y de servicio desinteresado.

Nuestra cultura actual no favorece el espíritu de sacrificio y de renuncia, hoy reina el confort integral como expresión del egoísmo como “modus vivendi” general, por eso tampoco  surgen muchas vocaciones de servicio y entrega generosa a una causa sea religiosa o humanitaria. En medio de esta realidad no debemos desanimarnos ni perder la confianza en Dios. 

El Señor Jesús sigue llamando y en medio de la difícil situación actual, hay muchas posibilidades para transmitir el Evangelio a las nuevas generaciones. Tenemos que seguir trabajando en la promoción de los valores que hacen posible escuchar la llamada de Dios al ministerio sacerdotal. 

Para que haya buenos sacerdotes necesitamos tener buenos seminaristas, pero para que haya buenos seminaristas necesitamos tener jóvenes cristianos capaces de recibir con fe y alegría la llamada de Cristo, pues la semilla de la vocación necesita el terreno fértil de la fe y adhesión a Jesucristo para poder germinar. 

Dios sigue llamando y sólo necesita personas con unos oídos despiertos y preparados para escucharlo. Por eso hemos de empeñarnos en la formación cristiana de los niños y los jóvenes, tanto en las familias como en nuestras Misiones y en los centros educativos que son realmente los “primeros seminarios” los “primeros semilleros”. El que tengamos muchos, buenos y santos sacerdotes es responsabilidad de todos. 

Los sacerdotes no caen del cielo ni vienen de otra parte, salen de entre nosotros, de nuestras familias y de nuestras Misiones, se les prepara en un Seminario, que funciona y realiza su misión gracias al esfuerzo de todos. Queremos en nuestra Diócesis de la Nueva Granada, “Sacerdotes, testigos del amor de Dios”. 

De hecho, todo cristiano está llamado a ser “testigo del amor de Dios” (Mt 28,19), pero el sacerdote, lo es además, por “oficio”, por “misión”. Decía San Agustín: “ha de ser tarea de amor el apacentar el rebaño del Señor”. 

Un sacerdote es un regalo de Dios, porque es Dios quien lo elige, lo llama y lo envía, es Dios quien capacita al Sacerdote-hombre, débil y frágil como los demás, para que por su ministerio la salvación de Cristo alcance a hombres y mujeres concretos en cualquier tiempo y lugar. Por eso, agradecidos, en la liturgia rezamos: “Te damos gracias, Padre, porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que por medio de los santos Apóstoles lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio”.

En efecto, la esencia del sacerdocio consiste en imitar a Cristo en su ofrecimiento y entrega de sí mismo hasta dar la vida por todos. De ahí que, no sólo en lo que hace, sino, sobre todo, en la donación de sí mismo es donde el sacerdote se manifiesta como testigo del amor de Dios por su pueblo, en su testimonio de amor. Como decía San Juan de la Cruz, que el sacerdote está llamado a decir con su vida: “ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo amar es mi ejercicio”.

Desde esta visión del sacerdote como “un hombre de Dios para su pueblo”, se puede comprender mejor la importante y difícil misión que se le encomienda al Seminario. 

Si el sacerdote fuera simplemente un “profesional de asuntos religiosos” bastaría con enseñarle a hacer las cosas propias de su oficio. Como en cualquier carrera sólo tendría que estudiar y hacer las prácticas correspondientes para ejercer su profesión. El Seminario sería entonces un “centro de enseñanza” como cualquier universidad o instituto, y seguramente no se producirían tantos “fracasos” (empiezan muchos y terminan pocos) como se dan en el Seminario. Pero el sacerdocio, aun teniendo algo de todo eso, es mucho más, incluso podemos decir que se trata de algo totalmente distinto, es “una vocación”, es “una vida especial”.

La misión del Seminario es capacitar a un hombre no para “hacer de sacerdote”, sino para “ser sacerdote”, es decir, para hacer de su vida una ofrenda al servicio de la Iglesia de Jesús. El “sujeto humano” que acepta ser constituido sacerdote por el Sacramento del Orden ha de ser un hombre que, con plena conciencia, libertad y responsabilidad, se dispone a “perder su vida” para donarla a los demás, a sacrificar “el propio querer y sentir”, a tomar conciencia que su imagen no es la individual sino que ya representa la de la Iglesia, a expropiarse de sí mismo y a hipotecar su vida a favor de la Iglesia.

Quien acepta la llamada al sacerdocio “está vendido”, ya no se pertenece a sí mismo, ya es testimonio vivo de Jesús y por tanto, es foco de ejemplo, ya es carta leída por todos, ya su imagen personal deja de serlo y se convierte en imagen de la Iglesia. No es fácil encontrar personas así, por eso, para “ser sacerdote”, además de la formación humana e intelectual, hace falta la formación espiritual, la formación pastoral fundamentada en la problemática social, favoreciendo más a los pobres y débiles, que debe ser la brújula del apostolado porque fue lo que nos enseñó Jesús de Nazaret(Lc.14.14-2Cor.8,9) y hoy lo reafirma el Papa Francisco cuando dice en Evangelii Gaudium: que “Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Se erige tambien la formación litúrgica como expresión de Fe, adoración y ofrecimiento del sacrifico de entrega y la formación comunitaria.

Cuesta mucho “Ser sacerdote”. Y no me refiero con esta expresión sólo al costo económico, sino también al esfuerzo personal integral que tiene que hacer el propio seminarista, los formadores y toda la comunidad cristiana. 

Son muchos años de trabajo y de oración, con muchas personas implicadas, para que entre muchos, fructifiquen algunas vocaciones y la Iglesia vaya teniendo lo que necesita: “más y mejores sacerdotes a imagen de Cristo Sacerdote”.

Rvdo. Manuel Octavio Ospina Restrepo

Rector- Seminario Mayor Nuestra Señora de Walsingham


                      

Octubre 6 de 2020

Reingeniería Humana
Mensaje de Amor

Familiares y amigos, hoy nos decimos desde el corazón: hemos compartido risas, tristezas, mensajes locos y graciosos, pero ahora...


La oscura negligencia humana e intencional nos ha separado. Estamos siendo exterminados por un enemigo invisible, probablemente programado.
Esta pesadilla nos ha causado muchas lágrimas y tristezas. Seres que han caído inocentes, almas que se preguntarán si realmente era su
turno.


Querida familia y amigos, tengo miedo y temor pero espero sobrevivir esta pesadilla. No sé si volveremos a estar en esa banca o en casa donde nos sentábamos a conversar. Hoy a la distancia les hago saber que nos falta mucho para hacer en la reconstrucción de este mundo. Como dice el Papa Francisco: “De esta situación pandémica, salimos mejores o peores”.


Opto por aprovechar estas vivencias para visualizar de nuevo el horizonte perdido por el egoísmo y ver la luz que brilla en el servicio generoso al otro, marcar bien la flecha que señala al prójimo fortalecer nuestra conciencia de compartir con los otros lo que siempre hemos tenido retenido para cada uno. Esto sólo lo conseguimos con la bendición de Dios. No es más que seguir las enseñanzas de nuestro Señor y Salvador Jesús de Nazaret.


Nuestras oraciones llenas de súplicas y arrepentimiento harán que el Rey de los cielos nos de otra oportunidad y en esta oportunidad juntos vamos a recorrer el camino correcto. Esta promesa de cambio la haremos entre amigos, promesa entre compañeros de trabajo, promesa familiar, dejando atrás rencores y resentimientos. Regresaremos al mundo y vamos a agradecer por esta
nueva oportunidad. 


Volveremos a oír la mejor melodía mañanera, el cantar de un gallo. Volveremos a encontrarnos y abrazarnos. Los abuelos volverán a abrazar a sus nietos. Volveremos a abrazar a nuestros padres. Padres y abuelos celebrarán haber sobrevivido a esta horrible pesadilla. Estos valientes ángeles, los ¨Médicos, enfermeras, colaboradores en general, Gobernantes, transportadores, policías y sacerdotes son nuestros salvadores, unidos y dispuestos a entregar sus vidas por nosotros.


Gracias a nuestro creador y a ellos, volveremos a disfrutar la naturaleza, de un nuevo mundo. Volveremos a nuestros trabajos con fe y entusiasmo. Volveremos a caminar por ciudades, parques y veredas. Seremos testigos de grandes reencuentros. Volveremos a reunirnos en nuestros salones de oración. Para dar gracias de permitirnos compartir sin miedos ni distancias.


Amigos y familiares, no saben cuánto deseo abrazarlos de nuevo, un abrazo de supervivientes en un mundo en peligro de extinción. Vamos hacer un nuevo mundo, a reconstruirlo para nuestros hijos y nietos, juntos venceremos y olvidaremos esta horrible pesadilla.
¿Y sabes por qué? Porque todos somos hermanos en Jesús Salvador nuestro.

Esta pandemia nos demostró:
Lo inservible de las armas
Lo débil que es el poder
Lo inútil que es la riqueza
Lo pequeños y débiles que somos
Y lo importante que es Dios.
Es hora de hacer reingeniería, de rediseñar nuestras vidas. Solamente
cambiando nuestros comportamientos destructivos por actos
constructivos podremos reconstruir nuestro planeta y nuestro vivir.
“Respetemos la vida para que la muerte nos respete”.

Nota: He redactado este texto con base en muchos escritos que he
leído sobre la situación que padecemos con la pandemia del Covid 19.

 Rvdo. Manuel Octavio Ospina Restrepo




Septiembre 12 de 2020

Bajaba de la montaña

Y entre brinco y brinco caí en la laguna de mis cuestionamientos existenciales y dubitaciones, acerca de todo y de todos… y vino a mi mente la preocupación interna acerca del pecado y la culpabilidad consecuente, tan sermoneada desde la infancia por los predicadores en el púlpito, repetida constantemente por mi querida y santa mamá en la casa y nuevamente predicada por nuestros inolvidables maestros en la escuela. 

Seguía mi rápido descenso hasta llegar a un camino amplio, abierto y arreglado en tierra por los campesinos vecinos de mi vereda… allí me senté sensiblemente afectado, a pensar en el pecado.

Yo pensé… El pecado, según las religiones, es un desacato a los preceptos o mandatos doctrinales de cada una de ellas, es decir, es una desobediencia a los mandamientos inscritos en sus libros sagrados y una grave ofensa a Dios, por lo cual nos hacemos culpables y merecedores de castigo.

Y  consideré, para mis adentros, que esta presentación de los predicadores religiosos está basada únicamente en la fe y creencia gratuita en los libros sagrados como única fuente de verdad humana iluminada por la divinidad.

Concluí afirmando que desde el punto de vista religioso, esto no tiene discusión, y así es, no hay argumentos racionales para debatir una creencia venida por la vía de la fe. O se cree gratuita y ciegamente, sin dudar, o no se cree. Esa es la postura como síntesis de toda verdad religiosa. Todos somos libres para decidir.

Esto es sencillamente claro y meridiano. Es una auto imposición de fe.

Me cuestioné, ¿Realmente hemos sido libres para decidir nuestra fe?

Si desde niños nuestras mentes fueron  lavadas con el agua impactante del dogma y abonadas con los rituales permanentes del culto……

¿En verdad nuestra fe es producto de una auto imposición, de un acto voluntario y libre, O  más bien, de una persuasión sistemática y emocionalmente impositiva?

Comencé a preocuparme porque sentía confusión y ansiedad en mi interior… era  tal vez, el grito ensordecedor de la aculturación religiosa que se defendía de los argumentos racionales que saltaban en mi cerebro.

Tomé un vaso de agua para refrescar mis ideas y recordé lo aprendido:

“Todos los pecados son actos libres, por lo tanto culposos”.

Y con razonamientos sencillos me pregunté, ¿Si son actos libres e imperfectos, eso no es lo natural del ser humano?

Fuimos creados como seres limitados e imperfectos.

 ¿Si el ser libres e imperfectos es propio de nuestra naturaleza, porqué culparnos y merecer castigos, cuando el ser humano procede de acuerdo a su condición humana?

 ¿Cómo obra un humano?

Según su condición de humano. Eso es lo natural,  por lo tanto, no puede ser culpable de actuar como humano, porque ha sido creado como tal, luego, no es un actuar pecaminoso.

Acosaba mi mente e inquietaba mi espíritu el sentimiento de culpa como síntoma de la existencia de pecado.

Pero vino a mi mente una luz que dio claridad a mis ideas amamantadas por las dudas…  las enseñanzas de Jesús.

Y recordé que Jesús es amor, que solo enseñó a hacer el bien sin mirar a quién y por eso nunca pecó. 

Ya cansado de pensar y pensar, me pregunté, entonces, ¿Cómo debo proceder?

Cada uno debe decidir como persona su mejor manera de vivir felizmente y para ello hay un principio, claro y distinto, que cumple con las más íntimas expectativas humanas y compagina con el mensaje del Mesías Salvador: “Hacer el bien cuantas veces se pueda y jamás hacer el mal”. 

Cumpliendo con este precepto racional y humano, se configura la tranquilidad de conciencia, el respeto por todos y por todo, la vivencia de todos los valores humanos, la convivencia pacífica y sobretodo se construye el camino para lograr una vida feliz.

 

         Rvdo. Manuel Octavio Ospina Restrepo


 Agosto 29 de 2020

Reflexiones  bajo  una  mata  de  plátano

Cierto día muy de mañana, caminaba pensativo entre los cafetales, sombreados por lindas plataneras  que le dan verdor al agro y que alegran el paisaje como fruto maduro del trabajo campesino y de repente encontré un pequeño espacio despejado donde interrumpí mi caminar desprevenido y me senté a rumiar pensamientos con olor a hierba recién mojada por la aurora fenecida, a respirar el aire fresco y puro del campo mañanero y a ver el revoloteo de toda clase de pequeños animales voladores.

Una lluvia de ideas llenaron mi mente como las bellas hojas de los arboles cubren los suelos y eran tantas y variadas, que un impulso inconsciente hizo que escogiese las más cercanas.

Eran como un ramillete de flores de esas que engalanan los templos y tiñen de alegría las festividades; más tarde comprendí la razón de mi escogencia: estaban próximas las festividades religiosas de semana santa.

Me di cuenta que muchas son las dubitaciones racionales acerca de lo humano y de lo divino que inquietan el cerebro, avivan los sentimientos, mueven el espíritu y estrujan el alma. 

En este súbito y solitario monólogo, yo  pensaba…

Siendo hijos predilectos de las naturaleza, la mejor oración al creador de lo que existe, es aceptar vivir de acuerdo a su diseño y gozar de todo lo que creó para todos, sin apegos porque todo es prestado, sin ambiciones porque todo se acaba, sin egoísmos porque al morir nada nos llevamos… solo nos queda gozar de la magia de la naturaleza que nos asombra con su misterio y poderío, deleitarnos en todo instante por haber sido escogidos para vivir una aventura insospechada y sin más sentido que el de ser felices, con todo lo que la natura ha diseñado y regalado a todos los vivientes y por último, disfrutar de estas riquezas que nada nos ha costado y que siempre permanecen dispuestas para nuestro gozo y deleite.

Seguía embelesado admirando la belleza exuberante de la vegetación que estaba a mi alrededor y en ella sentía la energía impactante de la presencia del Gran Arquitecto de lo existente. Y me decía a mí mismo, la existencia de Dios no se demuestra con argumentos religiosos, no es necesario conocer teología para describir a Dios, solo basta con sentir aquí su presencia.   

Se necesita si, de una apologética sesgada y fundamentalista para defender los distintos conceptos de Dios, creados por nuestra imaginación y nuestras religiones, según las  necesidades individuales y proselitistas que rayan en fanatismo.

De allí han surgido las contradicciones doctrinales al predicarse a un Dios caracterizado con múltiples atributos como armas de dominio , incluyendo cualidades humanas, al considerársele como un ser temible, un ser castigador, un ser iracundo, un ser condenador, un ser vengativo, un ser cruel, un ser discriminador, un ser dictador y a la vez un ser bondadoso, un ser salvador, un ser todopoderoso, un ser misericordioso, un ser omnisciente, un ser amoroso , un ser perfecto, padre providente y creador de todo viviente y no viviente.

Dios no necesita de apologéticas , ni de apologistas para existir, él mismo tiene su existencia en la grandeza inexplicable de la naturaleza por él creada, en la belleza de las flores, en la frescura de los ríos, en la intencionalidad del mundo vegetal, animal y mineral, en la maravillosa magia estructural de los seres vivos y su funcionalidad compleja y perfecta, considerada una imposible creación humana, en la inconmensurable incomprensión del mundo espacial fuera del nuestro, en la misteriosa naturaleza diseñada sin explicaciones, pero llena de sentido racionalmente inexplicable.

Allí en la naturaleza es donde realmente sentimos a Dios como un ser infinitamente amoroso y generoso.

Allí se siente esa existencia, esa presencia del  ser  todopoderoso y misterioso que todo lo abarca y todo lo energiza, de aquella única explicación de lo inexplicable que llamamos Dios.

Rvdo. Manuel Octavio Ospina